Nunca ha tenido problemas en dejar que se censuren sus letras para que sean radiables (las eufemísticamente denominadas radio edit). Así que parece premeditado que en este álbum haya optado por cantar en vez de dar rienda suelta a ese fraseo que hizo que Kanye West dijera: “Creo que tiene potencial para ser el segundo rapero más importante de la historia” (para West, Eminem es, ha sido y será el número uno). Y de sus declaraciones parece desprenderse que, en efecto, ni es una decisión inocente ni ha sido manipulada. “Nunca he pensado en la música como si en ella acabara todo. Siempre la he visto como un negocio, algo sobre lo que puedo cimentar un imperio”, decía en una revista con el mismo desparpajo con el que afirmaba que su objetivo es desbancar a Jay-Z. Para que se hagan una idea, es como si un joven fabricante de software afirmara que va a por Bill Gates. Lo dice medio en broma, claro. Pero va en serio.
Minaj tiene una masa ingente de niños y, sobre todo, niñas de ocho años que la adoran. Pequeños que en sus pelucas tecnicolor y en sus trajes de muñeca ven disfraces, y en esas vocecitas que pone en ocasiones, a un personaje de dibujos animados. Claro que sus letras son procaces, pero si resulta complicado para un adulto entender sus frases, para los niños no son más que sonidos. Palabras sin sentido que encajan.
A pesar de los orígenes turbulentos y su fraseo lenguaraz, ha sabido generar una mística colorista. Por algún motivo, hay una rendición total hacia ella. Se ha librado del vapuleo de ciertos sectores que sí han sufrido Lady Gaga, Lana del Rey o Adele. Madonna la ha adoptado, como antes hizo con Britney Spears, que también la adora. O la adoraba. Minaj era la telonera de Spears en su última gira, Femme fatale, donde tuvieron sus más y sus menos debido a la tendencia de la rapera a no ajustarse al tiempo que se le había dado. Alinearse junto a la intérprete de Baby, one more time supuso todo un golpe de efecto para abrirse camino entre el público adolescente, el paso definitivo para situarse en el mainstream. La Ambición Rubia le dio un cameo de lujo en su regreso discográfico y en la actuación de la Super Bowl, que siguieron 114 millones de personas.
Las comparaciones con Lady Gaga son constantes, algo que a Minaj le pone de los nervios. Al igual que los fans de Gaga se autodenominan “little monsters” (pequeños monstruos), los de Minaj se proclaman como “Barbies” (o, abreviadamente, “Barbz”) en Twitter. Ella misma se ha declarado una obsesa de la muñeca. Tanto, que Mattel aprovechó toda esta publicidad realizando una Barbie a imagen de Minaj. En diciembre se subastó por 15.000 dólares, y los beneficios fueron a parar a una ONG para combatir el sida. De igual manera, Minaj ha desplazado a Lady Gaga como imagen de Viva Glam, la línea solidaria de cosméticos MAC contra el sida. John Demsey, presidente de Estée Lauder Companies, le propuso colaborar con la marca en 2010 lanzando una edición limitada de 2.500 barras de labios bautizadas como Pink Friday. La abrumadora respuesta de los Barbz le obligó a subir esa cifra a 30.000. “Se convirtió en la acción online más exitosa de MAC hasta la fecha”, confesó el ejecutivo.
Maneras de icono En dos años, Minaj ha ascendido a los altares de la moda. La vimos disfrazada de cardenal con una capa de Versace en los últimos Premios Grammy. La alianza con Madonna, que le dio un cameo de lujo en su nuevo disco, le ha servido de empujón. Su aparición en la Super Bowl la siguieron 114 millones de espectadores. Un negocio rosa ha traducido su código colorista en dinero.
1 comentario:
Todo es verdad, pero igual se parece a Gaga
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